La compasión que nos caracteriza a las mujeres muchas veces ha desaparecido al lado de la pasión, las decisiones impulsivas, venganza o la locura.
Varias mujeres merecen un lugar especial entre lo peor de la humanidad. Todas ellas han tenido de alguna forma el “espíritu de Jezabel”.
En la historia de Israel, Jezabel fue esposa del rey Acab. Una mujer de carácter fuerte y muchas cualidades: tenía carisma, hablaba bien, era bella y “tierna”, pero debajo de su máscara perfecta escondía rebeldía, avaricia, mentira, envidia y deseo de poder. Debilitó a su marido, quien comenzó a obedecerla.
Mandó a asesinar gente inocente, sólo por defender una malvada “súper espiritualidad” y ganar riquezas. Ella operaba detrás de bambalinas manipulando al rey de Israel.
Jazabel se ha convertido en un símbolo de la mujer que atenta contra la autoridad genuina y maneja a los hombres intimidándolos con amenazas y seduciéndolos con sexo.
Cleopatra tuvo ese espíritu. A pesar de que su imagen ha sido romantizada, fue una mujer promiscua y avariciosa. Se casó con su propio hermano Tolomeo y a la vez fue amante de Julio César. Su influencia en el gobierno generó graves problemas, concluyendo con el suicidio de Marco Antonio. Finalmente ella se suicidó.
María Antonieta, reina de Francia en el siglo XVIII, se caracterizó por una vida licenciosa, de escándalos y descuidada extravagancia que le valieron el precio. Fue declarada culpable de traición y ejecutada en la guillotina.
La Milinche (hacia 1505, muerta después de 1530), está legítima e indudable asociada con la traición y la derrota de los aztecas al servir de intérprete de Hernán Cortés. Fue su amante y madre de Martín Cortés.
Margaret Thatcher, conocida como La dama de hierro, justamente por su dureza y severidad. Nunca nadie como ella reprimió con tanta violencia los movimientos independentistas de Irlanda y las huelgas de mineros. El hecho que determinó su salida del poder fue la aprobación de los llamados impuestos regresivos, poll tax, medida que empobreció a millones de personas.
Las feministas, al pretender hacer valer la igualdad de los sexos, por una parte lograron revalorar la mano de obra y el trabajo de la mujer, pero con el resultado de descuidar la célula madre de la sociedad: la familia.
El feminismo histórico revela hasta qué punto las mujeres somos el equilibrio del mundo y cómo nuestras decisiones desafortunadas impactan y marcan negativamente en la sociedad.
Las mujeres que deseemos conquistar, de verdad, debemos demostrar cuán capaces somos en todos los aspectos, incluso profesionales, pero siempre motivadas por el amor legítimo, sin competir con los hombres por el poder y volviendo a ser sustentadoras de armonía, unión, refugio y paz.